lunes, 8 de julio de 2013

COMPONENTE 3: TIEMPO Y CULTURAS

....QUIENES PIENSAN SOBRE EL TEMA....

El mundo de hoy evidencia profundos cambios sociales la cultura juega un papel relevante para el entendimiento de lo complejo donde los problemas sociales acuden a explicaciones más profundas sobre las características que la rodean. Son varios los autores que permiten dar valor a la noción cultural como una categoría relacional, Arturo Escobar, Michael Foucault, Simon Bauman, Pierre Bourdieu, entre otros, permiten entender como  los mecanismos para la toma de decisiones, creencias y valores juegan un papel vital a la hora de entender los comportamientos humanos. 

La reflexión sobre este componente esta orientada por el profesor Augusto Ángel Maya, filosofo y pedagogo Manizalita realizó estudios en Italia allí obtuvo un doctorado en Historia de la Universidad Gregoriana de Roma;  este pensador comienza, hacia 1977 a investigar los conceptos, vida, ser humano, sociedad, cultura y dios, en la filosofía desde la grecia antigua hasta nuestros días, para poder comprender la inquietante problemática ambiental que se visibilizó ante la intelectualidad europea y latinoamericana.



INTRODUCCIÓN AL LIBRO “EL RETORNO DEL ÍCARO” DE AUGUSTO MAYA ANGEL

Este ensayo no debería tener introducción. El esfuerzo de construir una filosofía desde un punto de vista ambiental debería valerse por sí mismo. Sin embargo, no es así, y ello por dos razones principales. Ante todo, porque la crisis ambiental suele verse con una mirada reduccionista, como si fuese un problema exclusivamente técnico o, a lo más, económico y social, pero no necesariamente filosófico. En segundo lugar, porque la filosofía está ligada, por el anclaje platónico, a la trascendencia y ha tenido gran dificultad en acercarse a la comprensión inmanente de la naturaleza y el hombre.

Ambas razones están íntimamente ligadas. Si la filosofía no ha encarado seriamente la problemática ambiental, se debe en parte al hecho de que sigue impulsada por su propia inercia, sin preocuparse por los aspectos aledaños del mundo material. Éste, por otra parte, tiene también su propia inercia. Nos hemos ido acostumbrando a creer que los cambios no traen transformaciones ideológicas. Todo se resuelve con una simple innovación técnica o con algunas mínimas reformas económicas. Esta dicotomía entre praxis y pensamiento es quizás uno de los síntomas más preocupantes de la esquizofrenia actual de la cultura.

No es posible, sin embargo, afrontar la crisis ambiental sin una profunda reflexión sobre las bases mismas de la civilización. El individuo se asoma a la naturaleza mediado por una red de símbolos e instituciones culturales que definen en gran medida el sentido de su actividad. La crisis no podrá superarse solamente con un recetario tecnológico o con algunas medidas fiscales que incluyan en la contabilidad los costes ambientales. Aunque en gran medida las soluciones se hayan constituido en negocio, la simple rentabilidad de las empresas no logrará romper el círculo de la degradación del medio.

Para superar la crisis ambiental es necesario formular las bases de una nueva cultura. Es una tarea difícil pero no inalcanzable. El hombre se ha visto muchas veces sometido a la exigencia de cambios culturales profundos que involucran no solamente la superficie tecnológica o el tejido social, sino igualmente ese extraño tejido simbólico que le permite a la cultura reproducirse y luchar por sobrevivir. El cambio del paleolítico al neolítico vio morir no solamente las tecnologías de caza, sino también a los dioses ancestrales. La filosofía jonia surgió como una exigencia de cambio cultural frente a símbolos que no correspondían a las nuevas circunstancias sociales.

En la actualidad se siente cada vez con mayor urgencia la necesidad de legislaciones más radicales para controlar el deterioro del medio. Por lo general, los cambios en la norma jurídica son precursores de nuevas prescripciones éticas y de profundas renovaciones filosóficas. La filosofía jonia fue en parte una respuesta a los profundos cambios que introdujeron los juristas griegos durante el siglo vii a.C., y Aristóteles renació en el siglo XIII para dar base filosófica al nuevo derecho de las comunas. Si los legisladores introducen los conceptos de propiedad privada o de libertad individual, la filosofía tiene que justificarlos.

Estamos quizás en un momento similar. Las normas éticas y jurídicas han sido construidas en Occidente sobre la base de una naturaleza sometida. Según la filosofía kantiana sólo el hombrees sujeto de derecho. ¿Supone ello que el hombre puede transformar a su entero arbitrio el medio natural? ¿Cuáles son los límites de la acción humana, vistos ya no solamente desde el punto de vista de la organización social, sino también a partir de su relación con las leyes que rigen la naturaleza? Y si existen esos límites, ¿significa ello que el hombre tiene normas externas a su propia organización social? ¿Hasta qué punto una respuesta positiva puede remover los cimientos de la filosofía occidental, anclada en la dicotomía entre hombre y naturaleza?

Preguntas como éstas pueden multiplicarse y quizás el lector se formulará muchas de ellas en su recorrido por estas páginas. Aquí no se pretende ni hacerlas explícitas ni formularlas todas, y menos aún solucionarlas. El único propósito de este ensayo es abrir camino a la investigación filosófica, sugiriendo posibles esquemas de interpretación. No es una empresa fácil y posiblemente algunas de las vías propuestas se hundan en sus propias aporías. Si se parte del principio de que la realidad es contradictoria, hay que concluir que el pensamiento también lo es. No se pretende, por tanto asentar un sistema homogéneo y sin fisuras y se espera que todos aquellos que se interesan por el pensamiento ambiental avancen en la interpretación, recorriendo el camino tortuoso de las contradicciones.

En los volúmenes anteriores de la presente serie quedaron sugeridas algunas pautas de interpretación de la filosofía tanto griega como moderna. La filosofía ambiental debe cimentarse sobre bases históricas. No es posible desprenderse de la herencia cultural como si se tratase de una capa de peregrino. Es indispensable reconocer los límites y las posibilidades que ofrece la historia del pensamiento para tejer las bases de una nueva visión. Este último ensayo intenta avanzar en esta difícil y paciente tarea. Mientras no se consolide un nuevo sistema filosófico es muy difícil avanzar en soluciones sistémicas e interdisciplinarias para solucionar la crisis ambiental.

La hipótesis básica que se maneja en este ensayo es que la relación conceptual del hombre con la naturaleza sufrió una profunda inversión desde el nacimiento de la filosofía platónica y que de allí provienen en gran medida los “malestares de la cultura”. Hasta Platón el planteamiento era claro. La filosofía jonia había empezado a investigar la naturaleza como una realidad autónoma y al hombre como parte de la misma naturaleza. Todo ello cambió con el vuelco platónico. Sobre los presupuestos asentados por Pitágoras y Parménides, Platón construye un sistema ideológico invertido en el que la naturaleza pasa a ocupar un lugar dependiente y en el que el hombre sufre la dolorosa ruptura de su unidad entre alma y cuerpo, entre sensibilidad e inteligencia. Este sistema no podía sostenerse en el terreno exclusivamente filosófico, pero fue fortificado por el dogma cristiano y en esta forma pudo dominar el tinglado ideológico durante dos milenios.

Dos milenios, sin embargo, en los que la unidad monolítica del dogma platónico se vio asediada por diversos asaltos. Ante todo, el renacimiento de la filosofía aristotélica, que sirve de vertiente para el descenso hacia las realidades terrenas. Luego, el asalto de la sensibilidad renacentista, al que posiblemente no se le ha dado el suficiente valor como restaurador de la visión sensitiva del hombre y de su capacidad fruitiva. Más tarde, la revolución de la ciencia moderna, que organiza de nuevo la realidad sobre los modelos inmanentistas de la filosofía jonia. Por último, el paso decisivo hacia la reconquista de lo cotidiano y de lo trivial en el arte moderno.

En este descenso, que quizás sea un ascenso, la filosofía no ha logrado orientarse con facilidad. Era indispensable salir de la caverna platónica, pero ésta se hallaba ensamblada en el cuerpo del dogma cristiano y la religión era difícilmente atacable desde las murallas de la razón. De allí las vicisitudes y los titubeos. El salto hacia afuera tuvo que venir de un judío sefardita que, para lograr articular de nuevo al hombre con la naturaleza y para defender las bases del conocimiento científico, tuvo que introducir a dios en la inmanencia. Era la única manera de establecer una ética humana en el contorno de las leyes naturales. Sin embargo, en esta aventura se perdía una de las prerrogativas políticamente más importantes del hombre, la libertad.

La reacción cultural no se hizo esperar y Kant va a restaurar parcialmente la visión platónica del mundo. En la filosofía kantiana se consagra la esquizofrenia cultural, es decir, la partición de la unidad humana entre espíritu y naturaleza. De una parte, el dominio autónomo de la ciencia que estudia la causalidad natural y, de otra, la autonomía trascendente de la libertad que nada le debe a la naturaleza. Sin el kantismo el mundo moderno es impensable.

Sobre esta base se construyen la ética y el derecho. Son un derecho y una ética exclusivos del hombre considerado como libertad y, por lo tanto, como ser autónomo, desvinculado de cualquier ligamen con el mundo de la naturaleza. Pero al mismo tiempo se construye una ciencia autónoma que le da al hombre poder ilimitado sobre el reino de la naturaleza.

Es esa ruptura profunda la que ha socavado la relación del hombre con el medio, contribuyendo en esta forma a la crisis ambiental moderna. Es evidente que las causas de la visión no son exclusivamente ideológicas y que detrás de ella se parapetan hombres de carne y hueso que defienden sus propios intereses; pero es evidente también que los hombres acaban siendo manejados por el haz de cuerdecillas simbólicas que se esconden en su pequeño programador. No se puede negar, en nombre de los condicionantes económicos, el influjo definitivo del mundo simbólico en la construcción y la conservación de la cultura. La historia es una lucha de intereses, pero también es una aventura simbólica.

Los esfuerzos por superar esa profunda dicotomía sirven sin duda como ladrillos para la construcción de una filosofía ambiental. Quizás el regreso más radical a la filosofía preplatónica es el realizado por Hegel, quien no teme pensar de nuevo la realidad como flujo contradictorio y se separa radicalmente de la lógica formal. Igualmente, su preocupación por reconstruir el pensamiento, entendido como sistema, es un aporte valioso para una visión unitaria de la naturaleza y el hombre. Hegel, sin embargo, no se desprende totalmente de sus fantasías religiosas y ello se ve con claridad en la manera como entiende el proceso de decadencia estética, desde lo divino hasta lo trivial cotidiano.

Igualmente, la filosofía de Marx ensambla el esfuerzo del hombre por transformar la naturaleza a través del trabajo y comprende la cultura como transformación del medio natural. Su visión profética, sin embargo, se obnubila en ocasiones debido a su entusiasmo por el progreso técnico, al que subordina el cauce de la historia. Por último, Nietzsche es uno de los filósofos que han planteado con más radicalidad la ruptura con la visión platónica del mundo, pero su pesimismo lo lleva a contemplar la naturaleza con el desprecio del hombre y al hombre con el desprecio de la naturaleza.

El pensamiento ambiental no puede basarse, sin embargo, solamente en los aportes históricos de la filosofía. Tiene que construir sus bases partiendo también de los avances de las ciencias. Ante todo, de los resultados inquietantes de la física, que han ido construyendo una visión del mundo extrañamente similar a las elucubraciones de la filosofía jonia. Un mundo finito, en expansión, regido por las leyes de una causalidad determinística, pero bombardeado igualmente por la incertidumbre del caos. Un mundo sometido férreamente a las leyes de la termodinámica, que remedan la estabilidad del ser en la filosofía de Parménides. En segundo lugar, de los aportes de la biología, que ha confirmado el sentido evolutivo de la realidad, tal como lo había previsto Heráclito. Por último, es necesario recuperar el inmenso aporte de la ecología, que ha intentado plasmar una visión unitaria de la realidad.

Más allá incluso de los aportes de las llamadas ciencias naturales, la filosofía tiene que plantearse algunos interrogantes que le llegan desde el campo de la cultura. Tiene que repensar ante todo la situación misma del hombre en el conjunto de la naturaleza. ¿Qué significa el paso evolutivo hacia la construcción de la plataforma cultural? ¿Hasta qué punto la historia del hombre es o no una “continuación de la historia natural”, como la denominaba Marx? ¿Pertenecen acaso el hombre y la cultura a la naturaleza? Si ello es así, habrá que replantear la definición de naturaleza que nos ha legado el pensamiento filosófico.

Estas hipótesis son el tejido que articula los distintos temas tratados en este ensayo. En cada uno de ellos se pretende examinar el sentido que ha tomado la tradición filosófica, a fin de extraer las características que pueden consolidar un sistema ambiental. Así pues, la historia del pensamiento se observa en la perspectiva de cada uno de los temas tratados, y las repeticiones son necesariamente obvias pero, más que repeticiones, son variaciones sobre un tema central. Ante todo hay que replantearse la definición de la filosofía. ¿Qué significa el pensar filosófico dentro de una perspectiva ambiental? Para lograr un acercamiento al sentido de la filosofía hay que preguntarse, en primer lugar, qué se entiende por “naturaleza”. Es una pregunta que ha tenido distintas respuestas a lo largo de la historia y no todos los sentidos se pueden ajustar
a un método ambiental de análisis. El tercer tema se refiere al significado de la vida. ¿Acaso para explicarla hay que suponer bajo la materia un principio espiritual de acción? Y si la vida es una emergencia del proceso evolutivo, ¿puede decirse lo mismo del hombre? ¿Acaso la capacidad racional hace del hombre un ser independiente, alejado de los procesos naturales? El capítulo cuarto intentará responder estos interrogantes. Pero el hombre no es solamente un animal racional, sino también un ser sensible. El análisis de la inteligencia y de la sensibilidad ocuparán los capítulos quinto y sexto. Ahora bien, si se habla del hombre, hay que explicarlo como ser social, creador al mismo tiempo que resultado de la cultura. Por último, el siguiente tema cerrará la reflexión: esos compañeros permanentes del hombre que han sido los dioses.
Estas páginas sólo pretenden ser un impulso al esfuerzo interdisciplinario. Todos estamos llamados a pensar el sistema cultural y, mas allá de pensarlo, a construirlo. Este libro quiere ser una incitación a pensar, pero también un impulso para actuar, porque ningún sistema cultural se construye solamente con ideas, aunque también se construya con ideas. En este último ensayo no se presenta ninguna orientación bibliográfica. Las ideas expuestas son de orden personal. La citas y referencias a los distintos autores están consignadas en los volúmenes anteriores titulados La razón de la vida*, que rematan con el presente ensayo. Este trabajo se apoya, por tanto, en las investigaciones anteriores. 

....VIDEOS DE INTERES.....

Algunas ideas de Maya....




Aproximaciones del problema social desde una perspectiva biologisista....suena interesante......



RESPUESTAS COMPONENTE 3 
PREPARACIÓN 
1. D
2. A
3. A
4. D
5. D
6. A
7. B
8. B
9. C
10. B
EVALUACIÓN 
1. C
2. D
3. C
4. D
5. B
6. A
7. C
8. C
9. C
10. B




3 comentarios:

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