....QUIENES PIENSAN SOBRE EL TEMA....
El mundo de hoy evidencia profundos cambios sociales la cultura
juega un papel relevante para el entendimiento de lo complejo donde los
problemas sociales acuden a explicaciones más profundas sobre las
características que la rodean. Son varios los autores que permiten dar valor a
la noción cultural como una categoría relacional, Arturo Escobar, Michael
Foucault, Simon Bauman, Pierre Bourdieu, entre otros, permiten entender como
los mecanismos para la toma de decisiones, creencias y valores juegan un
papel vital a la hora de entender los comportamientos humanos.
La
reflexión sobre este componente esta orientada por el profesor Augusto Ángel
Maya, filosofo y pedagogo Manizalita realizó estudios en Italia allí obtuvo un
doctorado en Historia de la Universidad Gregoriana de Roma; este pensador
comienza, hacia 1977 a investigar los conceptos, vida, ser humano, sociedad,
cultura y dios, en la filosofía desde la grecia antigua hasta nuestros días,
para poder comprender la inquietante problemática ambiental que se visibilizó
ante la intelectualidad europea y latinoamericana.
INTRODUCCIÓN
AL LIBRO “EL RETORNO DEL ÍCARO” DE AUGUSTO MAYA ANGEL
Este ensayo no debería tener introducción. El esfuerzo de
construir una filosofía desde un punto de vista ambiental debería valerse por
sí mismo. Sin embargo, no es así, y ello por dos razones principales. Ante
todo, porque la crisis ambiental suele verse con una mirada reduccionista, como
si fuese un problema exclusivamente técnico o, a lo más, económico y social,
pero no necesariamente filosófico. En segundo lugar, porque la filosofía está
ligada, por el anclaje platónico, a la trascendencia y ha tenido gran
dificultad en acercarse a la comprensión inmanente de la naturaleza y el
hombre.
Ambas razones están íntimamente ligadas. Si la filosofía no ha encarado
seriamente la problemática ambiental, se debe en parte al hecho de que sigue
impulsada por su propia inercia, sin preocuparse por los aspectos aledaños del
mundo material. Éste, por otra parte, tiene también su propia inercia. Nos
hemos ido acostumbrando a creer que los cambios no traen transformaciones ideológicas.
Todo se resuelve con una simple innovación técnica o con algunas mínimas
reformas económicas. Esta dicotomía entre praxis y pensamiento es quizás uno de
los síntomas más preocupantes de la esquizofrenia actual de la cultura.
No es posible, sin embargo, afrontar la crisis ambiental sin una profunda
reflexión sobre las bases mismas de la civilización. El individuo se asoma a la
naturaleza mediado por una red de símbolos e instituciones culturales que
definen en gran medida el sentido de su actividad. La crisis no podrá superarse
solamente con un recetario tecnológico o con algunas medidas fiscales que incluyan
en la contabilidad los costes ambientales. Aunque en gran medida las soluciones
se hayan constituido en negocio, la simple rentabilidad de las empresas no
logrará romper el círculo de la degradación del medio.
Para superar la crisis ambiental es necesario formular las bases de
una nueva cultura. Es una tarea difícil pero no inalcanzable. El hombre se ha
visto muchas veces sometido a la exigencia de cambios culturales profundos que
involucran no solamente la superficie tecnológica o el tejido social, sino
igualmente ese extraño tejido simbólico que le permite a la cultura
reproducirse y luchar por sobrevivir. El cambio del paleolítico al neolítico
vio morir no solamente las tecnologías de caza, sino también a los dioses ancestrales.
La filosofía jonia surgió como una exigencia de cambio cultural frente a
símbolos que no correspondían a las nuevas circunstancias sociales.
En la actualidad se siente cada vez con mayor urgencia la
necesidad de legislaciones más radicales para controlar el deterioro del medio.
Por lo general, los cambios en la norma jurídica son precursores de nuevas
prescripciones éticas y de profundas renovaciones filosóficas. La filosofía
jonia fue en parte una respuesta a los profundos cambios que introdujeron los
juristas griegos durante el siglo vii a.C., y Aristóteles renació en el siglo XIII
para dar base filosófica al nuevo derecho de las comunas. Si los legisladores introducen
los conceptos de propiedad privada o de libertad individual, la filosofía tiene
que justificarlos.
Estamos quizás en un momento similar. Las normas éticas y jurídicas
han sido construidas en Occidente sobre la base de una naturaleza sometida.
Según la filosofía kantiana sólo el hombrees sujeto de derecho. ¿Supone ello
que el hombre puede transformar a su entero arbitrio el medio natural? ¿Cuáles
son los límites de la acción humana, vistos ya no solamente desde el punto de vista
de la organización social, sino también a partir de su relación con las leyes
que rigen la naturaleza? Y si existen esos límites, ¿significa ello que el
hombre tiene normas externas a su propia organización social? ¿Hasta qué punto
una respuesta positiva puede remover los cimientos de la filosofía occidental,
anclada en la dicotomía entre hombre y naturaleza?
Preguntas como éstas pueden multiplicarse y quizás el lector se
formulará muchas de ellas en su recorrido por estas páginas. Aquí no se
pretende ni hacerlas explícitas ni formularlas todas, y menos aún
solucionarlas. El único propósito de este ensayo es abrir camino a la
investigación filosófica, sugiriendo posibles esquemas de interpretación. No es
una empresa fácil y posiblemente algunas de las vías propuestas se hundan en
sus propias aporías. Si se parte del principio de que la realidad es
contradictoria, hay que concluir que el pensamiento también lo es. No se
pretende, por tanto asentar un sistema homogéneo y sin fisuras y se espera que
todos aquellos que se interesan por el pensamiento ambiental avancen en la
interpretación, recorriendo el camino tortuoso de las contradicciones.
En los volúmenes anteriores de la presente serie quedaron
sugeridas algunas pautas de interpretación de la filosofía tanto griega como
moderna. La filosofía ambiental debe cimentarse sobre bases históricas. No es
posible desprenderse de la herencia cultural como si se tratase de una capa de
peregrino. Es indispensable reconocer los límites y las posibilidades que
ofrece la historia del pensamiento para tejer las bases de una nueva visión.
Este último ensayo intenta avanzar en esta difícil y paciente tarea. Mientras no
se consolide un nuevo sistema filosófico es muy difícil avanzar en soluciones
sistémicas e interdisciplinarias para solucionar la crisis ambiental.
La hipótesis básica que se maneja en este ensayo es que la
relación conceptual del hombre con la naturaleza sufrió una profunda inversión
desde el nacimiento de la filosofía platónica y que de allí provienen en gran
medida los “malestares de la cultura”. Hasta Platón el planteamiento era claro.
La filosofía jonia había empezado a investigar la naturaleza como una realidad
autónoma y al hombre como parte de la misma naturaleza. Todo ello cambió con el
vuelco platónico. Sobre los presupuestos asentados por Pitágoras y Parménides,
Platón construye un sistema ideológico invertido en el que la naturaleza pasa a
ocupar un lugar dependiente y en el que el hombre sufre la dolorosa ruptura de
su unidad entre alma y cuerpo, entre sensibilidad e inteligencia. Este sistema
no podía sostenerse en el terreno exclusivamente filosófico, pero fue
fortificado por el dogma cristiano y en esta forma pudo dominar el tinglado
ideológico durante dos milenios.
Dos milenios, sin embargo, en los que la unidad monolítica del dogma
platónico se vio asediada por diversos asaltos. Ante todo, el renacimiento de
la filosofía aristotélica, que sirve de vertiente para el descenso hacia las
realidades terrenas. Luego, el asalto de la sensibilidad renacentista, al que
posiblemente no se le ha dado el suficiente valor como restaurador de la visión
sensitiva del hombre y de su capacidad fruitiva. Más tarde, la revolución de la
ciencia moderna, que organiza de nuevo la realidad sobre los modelos inmanentistas
de la filosofía jonia. Por último, el paso decisivo hacia la reconquista de lo
cotidiano y de lo trivial en el arte moderno.
En este descenso, que quizás sea un ascenso, la filosofía no ha logrado
orientarse con facilidad. Era indispensable salir de la caverna platónica, pero
ésta se hallaba ensamblada en el cuerpo del dogma cristiano y la religión era
difícilmente atacable desde las murallas de la razón. De allí las vicisitudes y
los titubeos. El salto hacia afuera tuvo que venir de un judío sefardita que,
para lograr articular de nuevo al hombre con la naturaleza y para defender las
bases del conocimiento científico, tuvo que introducir a dios en la inmanencia.
Era la única manera de establecer una ética humana en el contorno de las leyes
naturales. Sin embargo, en esta aventura se perdía una de las prerrogativas
políticamente más importantes del hombre, la libertad.
La reacción cultural no se hizo esperar y Kant va a restaurar
parcialmente la visión platónica del mundo. En la filosofía kantiana se
consagra la esquizofrenia cultural, es decir, la partición de la unidad humana
entre espíritu y naturaleza. De una parte, el dominio autónomo de la ciencia
que estudia la causalidad natural y, de otra, la autonomía trascendente de la
libertad que nada le debe a la naturaleza. Sin el kantismo el mundo moderno es
impensable.
Sobre esta base se construyen la ética y el derecho. Son un derecho
y una ética exclusivos del hombre considerado como libertad y, por lo tanto,
como ser autónomo, desvinculado de cualquier ligamen con el mundo de la
naturaleza. Pero al mismo tiempo se construye una ciencia autónoma que le da al
hombre poder ilimitado sobre el reino de la naturaleza.
Es esa ruptura profunda la que ha socavado la relación del hombre con
el medio, contribuyendo en esta forma a la crisis ambiental moderna. Es
evidente que las causas de la visión no son exclusivamente ideológicas y que
detrás de ella se parapetan hombres de carne y hueso que defienden sus propios
intereses; pero es evidente también que los hombres acaban siendo manejados por
el haz de cuerdecillas simbólicas que se esconden en su pequeño programador. No
se puede negar, en nombre de los condicionantes económicos, el influjo
definitivo del mundo simbólico en la construcción y la conservación de la
cultura. La historia es una lucha de intereses, pero también es una aventura
simbólica.
Los esfuerzos por superar esa profunda dicotomía sirven sin duda
como ladrillos para la construcción de una filosofía ambiental. Quizás el
regreso más radical a la filosofía preplatónica es el realizado por Hegel,
quien no teme pensar de nuevo la realidad como flujo contradictorio y se separa
radicalmente de la lógica formal. Igualmente, su preocupación por reconstruir
el pensamiento, entendido como sistema, es un aporte valioso para una visión
unitaria de la naturaleza y el hombre. Hegel, sin embargo, no se desprende
totalmente de sus fantasías religiosas y ello se ve con claridad en la manera
como entiende el proceso de decadencia estética, desde lo divino hasta lo
trivial cotidiano.
Igualmente, la filosofía de Marx ensambla el esfuerzo del hombre por
transformar la naturaleza a través del trabajo y comprende la cultura como
transformación del medio natural. Su visión profética, sin embargo, se obnubila
en ocasiones debido a su entusiasmo por el progreso técnico, al que subordina
el cauce de la historia. Por último, Nietzsche es uno de los filósofos que han planteado
con más radicalidad la ruptura con la visión platónica del mundo, pero su
pesimismo lo lleva a contemplar la naturaleza con el desprecio del hombre y al
hombre con el desprecio de la naturaleza.
El pensamiento ambiental no puede basarse, sin embargo, solamente en
los aportes históricos de la filosofía. Tiene que construir sus bases partiendo
también de los avances de las ciencias. Ante todo, de los resultados inquietantes de la física, que han
ido construyendo una visión del mundo extrañamente similar a las elucubraciones
de la filosofía jonia. Un mundo finito, en expansión, regido por las leyes de
una causalidad determinística, pero bombardeado igualmente por la incertidumbre
del caos. Un mundo sometido férreamente a las leyes de la termodinámica, que remedan
la estabilidad del ser en la filosofía de Parménides. En segundo lugar, de los
aportes de la biología, que ha confirmado el sentido evolutivo de la realidad,
tal como lo había previsto Heráclito. Por último, es necesario recuperar el
inmenso aporte de la ecología, que ha intentado plasmar una visión unitaria de
la realidad.
Más allá incluso de los aportes de las llamadas ciencias
naturales, la filosofía tiene que plantearse algunos interrogantes que le llegan
desde el campo de la cultura. Tiene que repensar ante todo la situación misma
del hombre en el conjunto de la naturaleza. ¿Qué significa el paso evolutivo
hacia la construcción de la plataforma cultural? ¿Hasta qué punto la historia
del hombre es o no una “continuación de la historia natural”, como la
denominaba Marx? ¿Pertenecen acaso el hombre y la cultura a la naturaleza? Si ello
es así, habrá que replantear la definición de naturaleza que nos ha legado el
pensamiento filosófico.
Estas hipótesis son el tejido que articula los distintos temas
tratados en este ensayo. En cada uno de ellos se pretende examinar el sentido
que ha tomado la tradición filosófica, a fin de extraer las características que
pueden consolidar un sistema ambiental. Así pues, la historia del pensamiento
se observa en la perspectiva de cada uno de los temas tratados, y las
repeticiones son necesariamente obvias pero, más que repeticiones, son
variaciones sobre un tema central. Ante todo hay que replantearse la definición
de la filosofía. ¿Qué significa el pensar filosófico dentro de una perspectiva ambiental?
Para lograr un acercamiento al sentido de la filosofía hay que preguntarse, en
primer lugar, qué se entiende por “naturaleza”. Es una pregunta que ha tenido
distintas respuestas a lo largo de la historia y no todos los sentidos se
pueden ajustar
a un método ambiental de análisis. El tercer tema se refiere al significado
de la vida. ¿Acaso para explicarla hay que suponer bajo la materia un principio
espiritual de acción? Y si la vida es una emergencia del proceso evolutivo,
¿puede decirse lo mismo del hombre? ¿Acaso la capacidad racional hace del
hombre un ser independiente, alejado de los procesos naturales? El capítulo
cuarto intentará responder estos interrogantes. Pero el hombre no es solamente
un animal racional, sino también un ser sensible. El análisis de la
inteligencia y de la sensibilidad ocuparán los capítulos quinto y sexto. Ahora
bien, si se habla del hombre, hay que explicarlo como ser social, creador al
mismo tiempo que resultado de la cultura. Por último, el siguiente tema cerrará
la reflexión: esos compañeros permanentes del hombre que han sido los dioses.
Estas páginas sólo pretenden ser un impulso al esfuerzo
interdisciplinario. Todos estamos llamados a pensar el sistema cultural y, mas
allá de pensarlo, a construirlo. Este libro quiere ser una incitación a pensar,
pero también un impulso para actuar, porque ningún sistema cultural se
construye solamente con ideas, aunque también se construya con ideas. En este
último ensayo no se presenta ninguna orientación bibliográfica. Las ideas
expuestas son de orden personal. La citas y referencias a los distintos autores
están consignadas en los volúmenes anteriores titulados La razón de la vida*,
que rematan con el presente ensayo. Este trabajo se apoya, por tanto, en las
investigaciones anteriores.
....VIDEOS DE INTERES.....
Algunas ideas de Maya....
Aproximaciones del problema social desde una perspectiva biologisista....suena interesante......
RESPUESTAS COMPONENTE 3
PREPARACIÓN
1. D
2. A
3. A
4. D
5. D
6. A
7. B
8. B
9. C
10. B
EVALUACIÓN
1. C
2. D
3. C
4. D
5. B
6. A
7. C
8. C
9. C
10. B

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